APOCALIPSIS / Poesía
(50
años del sismo de Áncash)
I
Cualquier aciago día
Lejos de esos lares
Cerca del recuerdo:
Hartos días – llanto.
Huaraz
Hiroshima de Dios
Espejo desolado de tristeza
Cateo mis recuerdos
Por
el largo sepulcro
De Soledad a
Centenario
Y el cielo me llueve en diciembre
Y no me lloverá más
En Huaraz.
Estoy aprendiendo a nacer
En
pueblos fenecidos
A crujir los huesos
En valles de la muerte
Marcos
Abdón
¿Quién juega la suerte del mundo?
¡Mal rayo lo parta!
II
Así
Lentamente
Cabalgan los recuerdos.
Así
Como hormigas laboriosas
Por las calles derruidas
Las torres dispersas en
moléculas
Los amores eternos
Tres metros
bajo tierra
Abonando
malezas donde floreció un pueblo.
Así
Lentamente
Noé furibundo
Busca la señal bíblica
–las palomas se han
marchado–
A donde no hiede la
venganza.
Así
Transita compungido
Noé
Por las travesuras del bastardo
Por los amores
Los huesos
Las paredes
Las calles
Sembradas de
muerte al boleo
Apocalíptica
pesadilla
Una mañana de
sol
Transitando
El
décimo quinto paso.
III
Atado de manos / sin voz
Giro en el limbo / sin alas
Revolviéndome como niño
Turbado / inerme.
Y en el fondo del abismo
Turbulento
Enredado en sus olas
Danza ensoberbecido
Plácido
El río.
Me gustaban sus ondas blanquiazules
Me embriagaba su aliento
De cansado caminante
Misterioso
Calmo
A veces
rebelde
Me gustaban los ríos.
Tierno cual paloma
Su arrullo en verano
Bravío en invierno
Parecía
Serpiente ebria de lomo platinado.
Siempre bello el río con su magia viajera
Traía en sus brazos
Añejas melodías
Leyendas de siglos
Confidencias bíblicas.
Río
Río de mi infancia
Río de mis campos
¡Cuánto cambian tus encantos
De la noche a la alborada!
Buceo en tus entrañas
Trastornando la calma
De mis días
Volteándome la piel del alma.
Has reflejado tu furia en el crepúsculo
Son garras tus riberas
Babeante tu sonrisa
Tu canto de sirena
Macabro señuelo.
No eres el río de aquellas primaveras
De pantalones cortos
Y cuentos de hadas
Estás lleno de mundo
Soberbio
Bulles torrentoso
Señor de tu fosa negra.
Me gustaban los ríos
Con su aliento
De cansado
caminante.
IV
Nadie impedía amarte
en la cordillera o el llano.
Sólo para verte
albirosada,
iba y venía,
porque sabía que tus ojos,
prendidos del cielo,
me estaban mirando.
Nada ha cambiado
excepto yo,
que te veo sin mirarte,
sin necesidad de largas travesías,
porque cargo contigo
como un carné de identidad
para no olvidar tu sonrisa.
Cuánto río,
cuánto sol,
han mirado las piedras de Llullán
donde pescaba
horas de más o de menos
a la vida,
pícara tómbola,
antes de comer puchero
bajo los eucaliptos
ajados de tiempo.
Cuánto, cuánto
maíz desgranado en casa de doña Pilli:
Rojo
blanco
morado
pinto
bajo las tejas rubias de sol.
La ciudad crece como el quicuyo
donde jugaban los niños.
Los eucaliptos
–diez
kilómetros arriba–
temen la poda,
donde el nevado
riega berros y zarzamoras.
La casa del cura está trozada
por arriba y los cuatro costados
y los fantasmas ya no tienen
el salón de cortinas donde hamacarse,
ni la escalera de piedra
que se trocó en leño.
Ha crecido la ciudad en mi casa:
En el jardín duermen los niños
En la huerta escriben a máquina
Los hombres del municipio.
En las calles de piedras que bañaba la
luna
transpira el asfalto
(lava horrenda).
Los bosques de gueshgue
ya no alumbran en junio,
ni las calabazas que amarillaban mayo,
ni los pacáes que verdeaban febrero,
las naranjas
y limas,
cercos de miel.
Sólo el nevado enmohecido
(sobre el barro)
sonríe
soledoso.
No pude partir
(El fogón calentaba los tiestos de
barro
cociendo los choclos de abril).
Genoveva en la huerta
Cantando
escurría quesos en canastas de caña
y la leche hervía
–gorda
de nata–
como las vacas de Llámayoj
de donde bajaban los ichic olljos
con campanillas en el cuello.
El camión crujía entre pencas y
retamales
y yo volvía
con mi honda puntera,
despertando a los chihuillos del
guayabo,
saltando
de piedra
en
piedra
¡bagrecito de pueblo!
Las luciérnagas fosforescentes,
los grillos y los búhos,
ranas y challhuas
llamando a gritos,
a guiños
a manos
(plenos de mí)
no permitieron
que me apartara
de ti.
VI
No impedirán que te quiera,
que
te mire,
que
te sueñe.
El mar no puede prohibir al viento
que invoque a las olas.
No puede impedir la sonrisa del
clavel,
el fulgor del girasol.
Cuántas veces he intentado recordar
otros recuerdos,
llacta llacta,
pero siempre ante el espejo,
la misma cara
abre sus puertas de par en par
y allí estás,
correteando en torno al pacáe
mientras los viejos brindan
atizando el fogón.
Discurre el arroyo entre juncos
musicales
abriéndose paso en la pampa,
entre fresas y albahacas.
(Hormiguita que navegas sobre un
laurel
lleva esta carta a mi padre
y dile
que ya no quedan manzanas en la
huerta,
pero el pacae añoso
muestra todavía
sus dientes de terciopelo).
Nadie impedirá que trepe a la piedra
grande,
para dialogar como en noviembre
con los ojos yertos
que ignoraban el abracadabra de tu
voz.
Seguro que arriba
estarán bailando de por vida
los que creyeron en la fantasía de tu
encanto,
como yo
que temía muy temprano
separarme de tu lado.
VII
Lázaro de los andes
Cuando pienso en ti
Mordido hasta el páncreas
No sé en verdad qué hacer.
Salto al abismo del llanto
Me ato los pantalones y aprieto las
manos
No sé
En verdad
Qué
hacer.
Me estremezco
Escribo
Corro
–sin
embargo–
En cualquier esquina subterránea
De mi viejo
Huaraz
Crepitan
tras de mí
Las pisadas
taciturnas
De algún
caminante ignoto.
¿Están en mí?
Gritan en mis carnes
Vibran en
mis huesos
Truenan
los cincuenta mil.
Gritan/vibran
Tiritan
trémulos
Crujen bajo el pasto verde sus fémures
lívidos
Explotan en llanto bajo toneladas de
lodo.
Un día
Retozabas
Bajo la sombra amorosa de verdes pacaes
Leyendo a Machado
A
Trakl “cuando en negros rincones
se
derritió la nieve…”
Y un mayo turbulento arrasó tus
encantos
¿Quién danzará ahora bajo la luna?
¿Quién cantará en las mañanas
Alegres
melodías?
Empinada estás en mi memoria
Contemplando
Cómo
silba el viento
Cómo
brota la yerba
Borbotean
los manantiales…
¡Vamos, cantores!
¡Despierten, poetas!
Los campos esperan
Es tiempo de luz y carcajadas
En cruenta lucha
El
miedo se ha rendido
La muerte se ha marchado a otras
latitudes
¿No ves de nuevo
Cristalino
al río?
Campesinos de Marián, Tocash,
Acopallca:
¡Ricchari…!
Habremos de alzar adobes
Compartiremos
la chicha
El
lláguapa
Apúrense
Pastorcitos de Uchupata
¡Ras…!
Mama Llishi está esperando
Con
el sol
Con
los picos/ con las palas
¡Pobre
vieja!
La vida continúa
El sol brilla igual
¿Y
el viejo por qué se fue?
Cómo
reiría ahora
Con
qué entusiasmo gritaría en la trilla:
¡San
Lorenzo… viento acapamuyaj…!
Lloraría tal vez de satisfacción
¡Viejo inmortal
Golondrina
solitaria!
Sin duda estarás mirando
Cómo florecen los cactus en la huerta
de la abuela
Sin duda estarás cantando
En los
prados
En
las faldas del nevado.
Roberto Rosario Vidal, 31 de mayo de 2020.
No hay comentarios:
Publicar un comentario