domingo, 31 de mayo de 2020


APOCALIPSIS / Poesía
(50 años del sismo de Áncash)


I

Cualquier aciago día
Lejos de esos lares
Cerca del recuerdo:
Hartos días – llanto.

Huaraz
Hiroshima de Dios
Espejo desolado de tristeza
Cateo mis recuerdos
            Por el largo sepulcro
De Soledad a Centenario
Y el cielo me llueve en diciembre
Y no me lloverá más
En Huaraz.

Estoy aprendiendo a nacer
            En pueblos fenecidos
A crujir los huesos
En valles de la muerte

Marcos
Abdón
¿Quién juega la suerte del mundo?
¡Mal rayo lo parta!


II

Así
Lentamente
Cabalgan los recuerdos.

Así
Como hormigas laboriosas
            Por las calles derruidas
            Las torres dispersas en moléculas
            Los amores eternos
                        Tres metros bajo tierra
                        Abonando malezas donde floreció un pueblo.

Así
Lentamente
Noé furibundo
            Busca la señal bíblica
            –las palomas se han marchado–
            A donde no hiede la venganza.

Así
Transita compungido
Noé
Por las travesuras del bastardo
            Por los amores
            Los huesos
            Las paredes
            Las calles
                        Sembradas de muerte al boleo
                        Apocalíptica pesadilla
                        Una mañana de sol
                        Transitando
                                   El décimo quinto paso.

  
III

Atado de manos / sin voz
Giro en el limbo / sin alas
Revolviéndome como niño
Turbado / inerme.

Y en el fondo del abismo
Turbulento
Enredado en sus olas
Danza ensoberbecido
            Plácido
            El río.

Me gustaban sus ondas blanquiazules
Me embriagaba su aliento
            De cansado caminante
Misterioso
            Calmo
                        A veces rebelde
Me gustaban los ríos.

Tierno cual paloma
            Su arrullo en verano
Bravío en invierno
Parecía
Serpiente ebria de lomo platinado.

Siempre bello el río con su magia viajera
            Traía en sus brazos
            Añejas melodías
            Leyendas de siglos
            Confidencias bíblicas.

Río
Río de mi infancia
Río de mis campos
¡Cuánto cambian tus encantos
De la noche a la alborada!

Buceo en tus entrañas
Trastornando la calma
            De mis días
Volteándome la piel del alma.

Has reflejado tu furia en el crepúsculo
Son garras tus riberas
            Babeante tu sonrisa
Tu canto de sirena
            Macabro señuelo.

No eres el río de aquellas primaveras
            De pantalones cortos
            Y cuentos de hadas
Estás lleno de mundo
Soberbio
            Bulles torrentoso
Señor de tu fosa negra.

Me gustaban los ríos
            Con su aliento
                        De cansado caminante.

  
IV

Nadie impedía amarte
en la cordillera o el llano.

Sólo para verte
albirosada,
iba y venía,
porque sabía que tus ojos,
prendidos del cielo,
me estaban mirando.

Nada ha cambiado
excepto yo,
que te veo sin mirarte,
sin necesidad de largas travesías,
porque cargo contigo
como un carné de identidad
para no olvidar tu sonrisa.

Cuánto río,
cuánto sol,
han mirado las piedras de Llullán
donde pescaba
horas de más o de menos
a la vida,
pícara tómbola,
antes de comer puchero
bajo los eucaliptos
ajados de tiempo.

Cuánto, cuánto
maíz desgranado en casa de doña Pilli:
Rojo
            blanco
                        morado
                                   pinto
bajo las tejas rubias de sol.

La ciudad crece como el quicuyo
donde jugaban los niños.

Los eucaliptos
diez kilómetros arriba
temen la poda,
donde el nevado
riega berros y zarzamoras.

La casa del cura está trozada
por arriba y los cuatro costados
y los fantasmas ya no tienen
el salón de cortinas donde hamacarse,
ni la escalera de piedra
que se trocó en leño.

Ha crecido la ciudad en mi casa:
En el jardín duermen los niños
En la huerta escriben a máquina
Los hombres del municipio.

En las calles de piedras que bañaba la luna
transpira el asfalto
(lava horrenda).

Los bosques de gueshgue
ya no alumbran en junio,
ni las calabazas que amarillaban mayo,
ni los pacáes que verdeaban febrero,
las naranjas
y limas,
cercos de miel.

Sólo el nevado enmohecido
(sobre el barro)
sonríe
soledoso.


 V

No pude partir
(El fogón calentaba los tiestos de barro
cociendo los choclos de abril).

Genoveva en la huerta
Cantando
escurría quesos en canastas de caña
y la leche hervía
gorda de nata
como las vacas de Llámayoj
de donde bajaban los ichic olljos
con campanillas en el cuello.

El camión crujía entre pencas y retamales
y yo volvía
con mi honda puntera,
despertando a los chihuillos del guayabo,
saltando
de piedra
en
piedra
¡bagrecito de pueblo!

Las luciérnagas fosforescentes,
los grillos y los búhos,
ranas y challhuas
llamando a gritos,
a guiños
a manos
(plenos de mí)
no permitieron
que me apartara
de ti.

  
VI

No impedirán que te quiera,
            que te mire,
            que te sueñe.

El mar no puede prohibir al viento
que invoque a las olas.
No puede impedir la sonrisa del clavel,
el fulgor del girasol.

Cuántas veces he intentado recordar
otros recuerdos,
llacta llacta,
pero siempre ante el espejo,
la misma cara
abre sus puertas de par en par
y allí estás,
correteando en torno al pacáe
mientras los viejos brindan
atizando el fogón.

Discurre el arroyo entre juncos musicales
abriéndose paso en la pampa,
entre fresas y albahacas.

(Hormiguita que navegas sobre un laurel
lleva esta carta a mi padre
y dile
que ya no quedan manzanas en la huerta,
pero el pacae añoso
muestra todavía
sus dientes de terciopelo).

Nadie impedirá que trepe a la piedra grande,
para dialogar como en noviembre
con los ojos yertos
que ignoraban el abracadabra de tu voz.

Seguro que arriba
estarán bailando de por vida
los que creyeron en la fantasía de tu encanto,
como yo
que temía muy temprano
separarme de tu lado.


VII

Lázaro de los andes
Cuando pienso en ti
Mordido hasta el páncreas
No sé en verdad qué hacer.

Salto al abismo del llanto
Me ato los pantalones y aprieto las manos
No sé
En verdad
Qué hacer.

Me estremezco
Escribo
Corro
sin embargo
En cualquier esquina subterránea
De mi viejo Huaraz
Crepitan tras de mí
Las pisadas taciturnas
De algún caminante ignoto.
¿Están en mí?
Gritan en mis carnes
Vibran en mis huesos
Truenan los cincuenta mil.
Gritan/vibran
Tiritan trémulos
Crujen bajo el pasto verde sus fémures lívidos
Explotan en llanto bajo toneladas de lodo.


Un día
Retozabas
Bajo la sombra amorosa de verdes pacaes
Leyendo a Machado
            A Trakl “cuando en negros rincones
                        se derritió la nieve…”
Y un mayo turbulento arrasó tus encantos

¿Quién danzará ahora bajo la luna?
¿Quién cantará en las mañanas
            Alegres melodías?

Empinada estás en mi memoria
            Contemplando
            Cómo silba el viento
            Cómo brota la yerba
                        Borbotean los manantiales…

¡Vamos, cantores!
¡Despierten, poetas!
Los campos esperan
Es tiempo de luz y carcajadas

En cruenta lucha
            El miedo se ha rendido
            La muerte se ha marchado a otras latitudes
¿No ves de nuevo
            Cristalino al río?

Campesinos de Marián, Tocash, Acopallca:
¡Ricchari…!
Habremos de alzar adobes
            Compartiremos la chicha
            El lláguapa

Apúrense
Pastorcitos de Uchupata
¡Ras…!
Mama Llishi está esperando
            Con el sol
            Con los picos/ con las palas
            ¡Pobre vieja!

La vida continúa
El sol brilla igual
            ¿Y el viejo por qué se fue?
            Cómo reiría ahora
            Con qué entusiasmo gritaría en la trilla:
            ¡San Lorenzo… viento acapamuyaj…!

Lloraría tal vez de satisfacción
¡Viejo inmortal
            Golondrina solitaria!

Sin duda estarás mirando
Cómo florecen los cactus en la huerta de la abuela
Sin duda estarás cantando
En los prados
En las faldas del nevado.





Roberto Rosario Vidal, 31 de mayo de 2020.