Por: Carhuaricra Anco, Miguel Ángel
Roberto Rosario Vidal (Lima, 1948) es un escritor cuya labor docente y pasión
literaria le ha permitido dedicar su vida a la exploración de la imaginación infantil
y el mundo juvenil a través de sus cuentos y novelas. Producto de su afán por
difundir la literatura para niños y adolescentes, publicó las antologías La barquita de papel (1979) y la Antología Nacional de Literatura Infantil
(1982). Así mismo, su constante preocupación por la educación lo ha llevado a organizar
eventos pedagógico-literarios orientados a la promoción de la lectura y la
formación literaria de estudiantes y docentes. Prueba de ello es que, desde
hace más de tres décadas, lidera los encuentros nacionales de literatura infantil
y, recientemente, dirige el curso de Literatura Infantil y Juvenil y
Comprensión Lectora, taller realizado en coordinación con la Facultad de
Educación de la Universidad Inca Garcilaso de la Vega (UIGV). Este espíritu pedagógico
se traduce en su emocionante y amplia producción literaria, dentro de la cual
destacan Raspadilla de limón (2002), El trotamundos en el callejón de Huaylas (2011),
La casa de Cleofé (2013) y Aventura fantástica en el Gran Pajonal (2018), libro motivo de la presente reseña.
En Aventura fantástica en el Gran
Pajonal, Roberto Rosario narra las peripecias de seis adolescentes en su
intento de aleccionar el respeto del hombre hacia la naturaleza. Carlo Iván y
sus compañeros parten de Lima hacia el Gran Pajonal en la Selva Central.
Durante su recorrido, serán testigos de cómo seres mitológicos y hombres ven
amenazadas sus vidas debido a la deshumanizada industria del cacao. La sorpresa
del protagonista al observar la situación del lugar describe, en esencia, el
exceso al que puede llegar la avaricia y el egoísmo del ser humano.
Presenciemos la sentida impresión de Carlo Iván: “Sabíamos dónde comenzaba el
desastre, pero no divisamos el final: ¡cientos de hectárea de bosque quemadas!
¡Nada se había salvado de la destrucción! Todavía humeaban las raíces de los
troncos que habían sido arrancadas con maquinaria pesada (pp. 51-52). La grave
situación del lugar despierta la acción del sexteto y, ayudados por los hombres
y seres del lugar, luchan por recuperar el verdor del bosque. Indudablemente,
esta novela juvenil nos confirma cómo un problema real puede propiciar una
aventura fantasiosa y una reflexión de trascendencia universal.
En las primeras estancias de la novela, el lector se encontrará con diálogos
impregnados del realismo necesario para reconocer que la historia contada se
desarrollará en un espacio-tiempo tangible. La conversación entre Carlo Iván y
Jacinto Fuentes nos traslada del pasado al presente. Escuchemos con atención un
instante de dicho coloquio:
– ¿Aquí ocurrió el alzamiento de Juan Santos
Atahualpa? –pregunté. Habíamos estudiado muy de pasada el hecho histórico y no
me imaginaba que hubiera sucedido en esta zona.
– Claro, aquí, en la selva central. Proclamándose Apu
Inca, adujo ser descendiente de Atahualpa y formó un ejército de nativos
ashánincas, yaneshas y hasta shipibos, y se rebeló contra los españoles (p.20).
Estructuralmente, el diálogo nos traslada hacia el momento real que ha
de propiciar la aventura. Así mismo, cumple dos funciones claves para entender la
trama: a. anticipar que el recorrido será dentro de una atmósfera extraña; b.
explicar el sentimiento de temor de los personajes. Justamente, la extrañeza y
el temor serán rasgos de las experiencias que se presentarán en el camino por
la selva, tal como se expresa en la siguiente escena:
– ¡Huej …, huej …! Retumbo el rugido y un olor
nauseabundo inundó el ambiente.
– ¡Es el Shintoriniro! –señaló
Percy, asustado.
– ¡¿Qué es eso?! –preguntó
Fredy (p.34).
En su acampamiento en el bosque, la imaginación también acompaña a los
aventureros. Percy Ahuanari, el guía, recurre a la imagen poética para
describir a los seres de la selva que les causaba miedo. Imaginemos cómo han de
ser dos monstruos de las entrañas selváticas: “[El Shintoriniro] tiene la
apariencia de un sajino. Es como un cerdo gigante de pelo rojizo, que lleva un
collar blanco en el cuello. Posee largos colmillos y una cavidad en el lomo por
donde arroja grasa pestilente” (p.35) y “[El Corinto] es otro monstruo de la
selva, dicen que es grande como un caballo, con el cuerpo cubierto de lana,
patas de puma y cabeza de sachavaca” (p.45). En tanto estrategia narrativa, la
novela logra condensar el realismo de las primeras escenas y las descripciones
literarias, recursos relevantes para sostener la tensión realidad-fantasía en
los lectores y prepararlos para la concientización. Justamente luego de la
descripción se introduce una escena conmovedora que describe la deshumanización
en el que ha caído el hombre. Al observar el bosque incendiado, Carlo Iván nos
narra que:
A medio camino, algo se movió entre los troncos humeantes.
Nos acercamos con cuidado, pensando que podía ser una fiera.
– Es un monito –dijo Pocho. El animal chamuscado,
abrazaba el cadáver de su madre, que al parecer había logrado salvar a su cría
a costa de su vida.
La espalda del tierno animal tenía profundas
quemaduras. El pobre se lamentaba con la piel expuesta. Nos miraba con tristeza,
con temor. Sediento tomó el agua que le ofrecí en mis manos, la misma que vacié
de mi cantimplora (p.52).
En su experiencia de lectura, el adolescente lector observará la
destrucción de la relación armónica hombre-naturaleza. Esta escena merece una
interpretación: incendiar el espacio vital guiado por intereses personales
significa, en este caso, la desvaloración de los semejantes y, en efecto, el
desprecio por la convivencia. Por su parte, el abrazo del monito al cadáver de
su madre es una muestra de la persistencia por la vida. Por ello, la mirada
temerosa del pequeño simio resulta comprensible, pues quienes no aprecian la
vida deben ser vistos con desconfianza. Probablemente, nuestra “racionalidad” nos
haga ver como extraño el comportamiento del tierno mono, pero creo que debemos
rescatar lección humanizadora a partir del amor incondicional de los animales.
A propósito, Fernando Savater nos recuerda que ser racional no solo significa
que respondamos con argumentos lógicos, sino que también respetemos los
sentimientos de los demás. Sin dudas, esta escena transmite el propósito
estético de la novela: sensibilizar a partir de la reflexión sobre la realidad
atroz y la valoración de la vida de nuestros semejantes.
La aventura, desde esos momentos, se ha de convertir en hazaña.
Perseguidos por los trabajadores de la industria del cacao liderados por
Chauca, Carlo Iván y sus amigos pasarán por las peripecias naturales de toda
acción heroica. Cuando son capturados y encerrados en las instalaciones de la
empresa, la fantasía se hace presente, pues los seres de la naturaleza actúan
en defensa de sus protectores. Por tal motivo, el Tunche, convertido en hombre
gigante de agua, ataca la embarcación en la que son conducidos y el Casha
Voreri quema los traseros de los hombres que trabajaban en la fábrica. La
desesperación de uno de los hombres trasmite el poder de la naturaleza frente a
sus agresores: “¡Escapemos, jefe! –le dijeron a Chauca–. Los guardianes de la
selva nos atacan. Contra ellos no podemos hacer nada” (p.98). Efectivamente, el
castigo que recibió Chauca sintetiza el poder justiciero de la naturaleza:
– ¡Huej, huej, huej! –se oyó-. ¡Huej …, huej …, huej
…! –retumbó y apareció la sombra de un sajino gigante que desprendía un olor
nauseabundo.
– ¡El
Shintoriniro! –exclamó Pocho en el preciso instante en que la bestia mordía a
nuestro captor (p. 105).
En el
desenlace, la inicial aventura se convierte en una acción transformadora del
espíritu ciudadano de los personajes. Si bien la llegada de la prensa y las
autoridades simboliza un gran primer paso para detener el daño de los hombres a
la naturaleza, los adolescentes aventureros, hasta estos momentos, han cumplido
con una acción trascendente de toda praxis ciudadana: entender que el espacio
que nos alberga es único y que por ello debemos protegerla, en otras palabras,
comprender que los seres humanos y la naturaleza se integran en un espacio
común. Así parece aclarárselo Carlo Iván a los hombres que trabajan en la selva
y, en efecto, a todos los lectores:
– Esperamos que
hayan aprendido la lección. Ustedes pueden trabajar en armonía con la
naturaleza, las tierras que han pertenecido por generaciones a su pueblo, a sus
comunidades. Pero de ninguna manera deben permitir que gente extraña destruya
el bosque, pues es la despensa de oxigeno de la humanidad (110).
Aventuras
fantásticas en el Gran Pajonal, por intermedio diálogos realistas,
imágenes poéticas y escenas sensibilizadoras, nos comparte la problemática real
del mundo selvático y nos sugiere los caminos para corregir los excesos del
hombre. Además, nos transmite la
preocupación del Roberto Rosario Vidal para que niños y adolescentes, a través
de una historia que mezcla realidad y fantasía, reflexionen sobre los efectos
nocivos de la destrucción de la naturaleza. Sus personajes, en efecto, se
convierten en comunicadores de la barbarie humana en la selva, pero también en
los descubridores de la magia selvática. En circunstancias en que muchas
realidades son desconocidas para los jóvenes lectores, sobre todo aquella
realidad de la industria devoradora de la naturaleza y la cultura, leer esta
novela será un fantástico primer paso para conocer y comprender la necesidad
del respeto al espacio vital de los demás, pues, en el fondo, siempre es
nuestro.
Muy bonita la Obra.Mis alumnos la están leyendo. Pero es muy necesario tener el libro completo.En este tiempo de pandemia no es posible salir a comprar la Obra Literaria
ResponderEliminarMe gusto profesor, me va a servir de mucho.
ResponderEliminarm¿Me pueden decir por favor la descripcion de los personajes principales.
ResponderEliminarno entendi xd
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