VALORACIÓN DE PALOMITA DE SOL
(Novela ganadora del Premio Latinoamericano de Novela para Jóvenes)
El 20 de noviembre fueron dados a conocer los resultados del Premio Latinoamericano de Literatura Infantil y Juvenil 2012 convocado por la Academia Peruana de Literatura Infantil y Juvenil en que resultó ganadora en la categoría de novela para jóvenes Palomita de sol, de Sócrates Zuzunaga; galardón que viene a sumarse a otras distinciones literarias obtenidas por este autor peruano, quien se ha caracterizado por no escribir atendiendo a pautas, moda ni convenciones, sino como expresión de sus necesidades personales; y ello lo demuestran títulos como Y tenía dos luceros, Zorrito de puma y Takacho, takachito, takachín.
Con una formación académica en el ámbito de la enseñanza y, posiblemente, una actividad profesional relacionada directamente con los niños, junto con su particular idiosincrasia de hombre andino, le han servido a la hora de establecer una comunicación estética literaria con los más jóvenes lectores; logrando, según ha sido catalogado por la crítica, “un perfecto mimetismo con el sentimiento infantil”.
Palomita de sol, concebida en 10 capítulos, es una novela de amor, de un primer amor adolescente, que como se expresa en la frase colofón del relato: “…nunca se olvida”; mucho más este por tratarse de un amor trágico, alegórico al drama shaspereano de Montescos y Capuletos, con la peculiaridad de que las causas del cisma son aquí las diferencias sociales y económicas de los personajes.
Trabajada en una no acostumbrada segunda persona, la voz narrativa es un alter ego recordándole a Aluko, su protagonista, todos los detalles de la historia. Este tratamiento formal le otorga originalidad a la obra y hace que el lector tome una actitud más comprometida y participativa en los hechos; los que se van concatenando progresivamente en un adecuado desarrollo dramático capaz de mantener el interés por lo venidero en el próximo momento.
Entre los valores estéticos a destacar en la novela, se debe señalar su proyección desde una cultura latinoamericana autóctona y popular, término este último que asumo como significativo de identidad de uno de los pueblos de nuestro continente. Este elemento está desde el tratamiento mismo del idioma, pues por la proyección de voces vernáculas, la sintaxis de los diálogos, descripciones y narración -que reflejan una forma peculiar del habla latinoamericana-, y la belleza con visos poéticos con que se manifiesta todo el tiempo, enriquecen al castellano. Aquí me gustaría mencionar la tendencia del autor a usar vocablos reconocidos como americanismos (pircado, badulaquería, jebe), quechuas (chitis, tiktimaki, tunyu, kirkinchu) y otros de pura estirpe española, pero poco usados en la actualidad (fintas, dizque, encostalar…)
El sistema de imágenes y metáforas con que se adorna la prosa está en todo momento referido al ambiente donde viven los personajes: la peculiar geografía andina, sus fenómenos atmosféricos, su flora, su fauna... denotando la simbiosis con la Naturaleza del hombre no contaminado por el asfalto. Sirvan a manera de ejemplo estas citas:
“el viento soplaba, suave y cariñosamente, y eso era como las palabras de tu padre, gruñón pero afable” (…) “unos pequeños senos empezaban a crecer y a abultar, como cerritos incipientes” (…) “su pollera celeste, ribeteada con cintas de arco iris” (…) “brincando, como una chivatita que está yendo a abrevar en el caudal de la acequia” (…) “la pancita azul del cielo ayacuchano”
El autor ha sabido reflejar la filosofía, idiosincrasia, patrones de conductas y tradiciones de una determinada población andina, recurriendo de manera directa, cuando le es necesario, a la parábola ilustrativa y educativa de algunas de sus leyendas, como cuando, por ejemplo, para cuestionar la ambición, hace referencia al hermoso canto del chiwaku pidiéndole perdón a Taita Dios, por haber roto el Arí Mankacha en aras de obtener ganancias. La obra proyecta con fuerza la mitología andina, no sólo dentro del ámbito de la literatura, sino desde ella, al globalizado mundo que se construye hoy en día obviando las esencias particulares de los diferentes grupos humanos que habitamos el planeta.
En este sentido señalo la transcripción de formas poéticas que, insertadas de manera oportuna, matizan la trama y dan a conocer composiciones de puro arraigo de la cultura popular. Ello ocurre cuando ante el terrible desengaño amoroso que sufre, el protagonista canta:
“Al cielo pido la muerte,
pero no llega;
quiero ese sueño sin despertar
para olvidarteeeee…”
O en un momento de euforia en que Aluko comienza “a danzar como un danzante de tijeras, silbando la tonada del “wallpa waqay” (…) “y a cantar huainitos de amor:
Esas tus pestañas
alfileres son,
que me han traspasado
hasta el corazón.”
La novela, sin que ese sea su intención, nos va estar transmitiendo en todo momento información de la cultura de este pueblo, como son las prácticas de la medicina tradicional (“la curandera pedía que le traigan un huevo fresco, de gallina negra, puesto en un día martes o viernes. Y, con ese huevo, ella le pasaba por todo el cuerpo al enfermo, lentamente, deteniéndose en cada lugar, rezando unas oraciones extrañas y llamando al espíritu para que regrese al cuerpo del niño…”), sus alimentos (“tuna”, “un cántaro lleno de espumante chicha de jora”, “sopa de maíz molido”); los roles familiares (“te percataste de que su padre te estaba apreciando mucho. Y te dijiste, para tus adentros, que él podría llegar a ser tu suegro y te alegraste mucho con esa idea”); y otros muchos elementos de la vida andina.
Aunque su tema central es el amor, reflejado en la psicología propia de la adolescencia, se abordan otros asuntos de interés como es la actitud discriminatoria ante la diferencia que sufre el protagonistas (“marginado por tus propios amigos de esa época por tener esas verrugas” (…) “eras más despreciado que el chiwakitu o zorzalito negro”); las contradicciones éticas y sociales que enjuician determinados estratos de poder (“Ellos gozan haciendo sufrir a los pobres… Para eso, tienen su plata, pues… ¿Cuándo llegará la justicia para los pobres?...”); las actividades laborales en la que participan los jóvenes varones (“…encostalando papas, junto a tus padres. O, tal vez, estarías mejor cortando alfalfa y pasto para tus cuyes (…) apacentar tus ovejas) y las mujeres (“…hilando ese copo de lana” (…) “¿Vas a tejerte una chompita?”).
Hay en la novela un dibujo psicológico preciso de los personajes, tanto del actor principal como de los actuantes secundarios en el más cercano círculo de este. No sucede lo mismo con la coprotagonista y objeto de amor que mueve la trama, pues su descripción, hecha con ojos de enamorado, se basa más en la belleza física, se obvian las cualidades personales y se regodea en lo puramente externo:
“era una palomita de sol y lluvia y noches de luna, que revoloteaba su grácil adolescencia entre floridos retamales y maizales y alfalfares. Qué caray, era una palomita muy coqueta y de andinos sentimientos, a quien le gustaba recibir miradas anhelosas, porque sabía que sus ojos eran más hermosos cuando ella bajaba sus pestañas” (…) “su risa llegó hasta tus oídos, como la bulla musical de un riachuelo que se desliza por las quebradas con una música de campanitas de plata, o como el canto jubiloso de una lorita bullanguera que se va hacia las quebradas en busca de maizales en flor” (...) “su sonrisa de nievecita blanca”.
Esta no presentación de la Jacintacha en toda su dimensión psicológica, considero está hecha con la intención de propiciar la versatilidad de interpretaciones que los lectores podamos hacer ante el comportamiento de la muchacha en el desenlace de la novela.
Las anécdotas en que transcurre la historia del libro nos llevan desde el surgimiento puro y esperanzador en su protagonista del sentimiento amoroso; pasando por la incipiente y natural sexualidad propia de la edad, la que en el niño en contacto directo con los animales (“…un carnero que tuviste hace un tiempo atrás. Qué caray, éste, pues, no dejaba nunca de perseguir a las ovejas y trataba siempre de querer subirse sobre ellas, con la finalidad de sacudir las ancas, haciendo lo que se tiene que hacer para que la oveja salga preñada y así tenga su cría.”) carece del matiz malsano y represivo que la religión se ocupara de atribuirle (“Lloraste pidiendo perdón a Taitacha Dios y a los santos de la iglesia”); hasta las nefastas consecuencias del sexo cuando está movido por intereses puramente carnales.
El valor de esta novela sobrepasa el estrecho margen del nivel etario del lector implícito con que arbitrariamente se acostumbra a encasillar los libros, pues este es un texto para todas las edades. Su galardón prestigiará al Premio Latinoamericano de la Academia Peruana de Literatura Infantil y Juvenil y en su debut marca el nivel de calidad exigido para próximas ediciones del concurso
A Palomita de sol, me atrevo a augurarle un puesto dentro de los textos clásicos de la literatura latinoamericana.
Luis Cabrera Delgado
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