viernes, 12 de marzo de 2010

INCORPORACION DE LA DOCTORA CARLOTA FLORES


“EL ARTE DE TEJER FICCIONES O LA CREACIÓN DE CUENTOS PARA NIÑOS”

Dra. Carlota Flores Scaramutti de Naveda


En los albores de la sociedad, cuando aún los hombres se reunían al calor del hogar, en torno a pequeñas fogatas o a la luz tenue del atardecer, la forma más natural, casi espontánea de comunicación era el relato, el cuento, la transmisión de breves pero intensas cosmogonías que, hilvanadas una a una, permitían crear ficciones para intentar explicar sucesos históricos, acontecimientos legendarios o fenómenos geográfico – ambientales.

Los tejedores de sueños, los creadores de ficciones recurrían a todo tipo de signos. Ello explica las pinturas, los grabados pero sobre todo explica la recurrencia casi mágica y sagrada a la palabra, vehículo perfecto de transmisión de la cultura. Generalmente, los más ancianos eran los creadores de ficciones y eran además los únicos capaces de conservar la memoria de la comunidad. Memoria colectiva que al ser resguardada “prolongaba la vida” en un sentido metafórico. El pasado común, las experiencias, los relatos inverosímiles o no eran escuchados confruición por los más jóvenes que así se apropiaban de toda la sabiduría ancestral que les permitía sentar las bases de su propia y particular identidad.

Umberto Eco, en un artículo publicado en “La Jornada Semanal” (09-01-2001) sustenta, con particular genialidad, esta tesis, la del valor de la transmisión oral de la creatividad que, con carácter cosmogónico, se produjo.

Umberto Eco dice:

“Pienso que desde sus orígenes el hombre ha sentido la necesidad de narrar y escuchar historias, por una razón muy sencilla.: el hecho de oir historias prolonga la vida. Desde que la raza humana empezó a emitir los primeros sonidos con significado, familias y tribus tuvieron necesidad de narrar y de oir relatos… los narradores de cuentos se convirtieron en la memoria de la especie, se sentaban en las cuevas, alrededor del fuego y narraban lo que había acontecido o lo que se decía que había acontecido.
Pienso – prosigue Eco- que antes que se empezara a cultivar esta forma de memoria social, los hombres nacían sin experiencia, sin embargo en la nueva época, en los tiempos de los primeros narradores, tras escuchar relatos para los jóvenes era como si hubiesen vivido cinco mil años. Los hechos que se habían producido antes de él y que escuchaba narrar y aprendía a conocer pasaban a formar parte de su memoria.
Hoy en día –dice Eco- los libros que narran historias representan a nuestros ancianos”.

Una rápida lectura a los innumerables relatos histórico-legendario-cosmogónicos de nuestra América nos permite corroborar el valor de la ficción y el poder de la oralidad. Por ejemplo, los relatos de los Maya-quiché contenidos en los libros del Chilam Balam de Chumayel y en los del Popol-Vuh. En nuestro país, los cronistas Antonio de la Calancha, Juan de Belanzos, Felipe Guamán Poma de Ayala, el Inca Garcilaso de la Vega, Juan Santa Cruz Pachacuti, entre otros registraron toda una tradición narrativa que explicaba, imaginariamente el origen de los seres vivos, las especies, los sucesos. Así por ejemplo los cuatro hermanos Ayar son símbolos totémicos y junto a sus hermanas y esposas representan: Ayar (el uso de la quinua y/o el culto a los muertos); Uchu (uso del ají); Cachi (uso de la sal); Auca o Hamka (oca o papa dulce y Hamka, maíz tostado). Las mamas representan el valor del conocimiento: Mama Ocllo (madre esencial); Mama Rawa (uso del fuego); Mama Guaco (desarrollo de la alfarería) y Mama Ipakura (uso de las hierbas medicinales).

Igual sucedió con los relatos sobre la creación del hombre y del universo consignados por los cronistas, por ejemplo el relato de KON – ILLA – TICCI – WIRAKOCHA – PACHAYACHACHI que cuenta la historia de la creación del hombre a partir de un amasijo de maíz. O la historia del hallazgo del fuego o la formación de cerros y lagunas.

Esta idea del relato como un producto genial de la ficción, del cuento como el cofre de la memoria colectiva, de la narración como fuente de experiencia y sabiduria creativa ha sido el motivo de innumerables diálogos e intercambio de ideas. En unos de ellos, Susana Itzcovich, actual presidenta de IBBY – Argentina, ensayista y autora para niños, en un diálogo fecundo con intelectuales de diferentes países, sostuvo que “en realidad el relato siempre fue el producto del arte de tejer ficciones”, idea plenamente verificada y que mantiene plena vigencia a pesar del transcurso del tiempo.

Hoy, enfrentados a un contexto marcado por el inusitado avance tecnológico y a la producción de todo tipo de mundos y de seres fantátiscos, nos toca advertir y subrayar el permanente poder y valor del cuento. Vivimos –Siglo XVI- en una sociedad categorizada por Cohen Seat como “ICONÓSFERA” porque todos, niños, jóvenes, adultos estamos rodeados cotidianamente por un flujo incesante y multiforme de estímulos y mensajes, inmersos en un perturbador y a la vez seductor universo de imágenes fantásticas. (Nóbile, Angelo. La infancia y sus libros en la civilización tecnológica. Pag. 7)

Razones suficientes para seguir afirmando que todo relato es ficcional y que la mímesis de la realidad que subrayó ARISTÓTELES en “La Poética” se cumple de mil diversas formas en la narrativa, especialmente la cuentística para la infancia.

A modo de explicación general quisiera subrayar que los relatos orales o escritos son construcciones del lenguaje en los que prevalece la función representativa que permite al autor individual o colectivo la creación de imágenes y de escenas así como la configuración de personajes como construcciones verbales que se apoyan en esquemas cognitivos. Poder intenso el de la palabra que narra porque facilita además construir lugares imaginarios, crear símbolos y establecer relaciones espaciales en la que todo lugar puede existir, en las que todo puede acontecer.
La Historia de la Literatura y en ella la Historia del Cuento nos permite precisar más nuestro acercamiento al mundo de lo ficcional que se transforma en narraciones.

A partir del Siglo XVIII, el prólogo escrito por Jacob Ludwing (1785-1863) y Wilhelm (1786-1859) Grimm ,en su libro “Cuentos de niños y del hogar” (Kinden und Havemarchen – 1811) ,constituyó una síntesis de la concepción mágico-cosmogónica de la realidad que fue recogida por los famosos hermanos de labios de una anciana narradora Dorotea Wienner y que constituyen la base no solo de su genial narrativa sino de la literatura para niños escrita en todas las latitudes.

“En estos cuentos se encierra todo lo que existe en el mundo, incluso todo lo soñado… hay aquí príncipes encantados, enanos feroces, doncellas embrujadas, hadas, brujas malvadas, ogros come niños, arroyos que hablan, árboles con nobles sentimientos, toda suerte de animales personificados que no solo encarnan la eterna pugna entre el bien y el mal sino que toman partido por uno de ellos.
Lo más grande y las más ínfimo tienen en estos cuentos un indecible encanto por ello también la alegría y el infortunio forman parte de todas las historias que la gente, las gentes suele relatar…”

Como un tesoro, se concreta desde la narrativa recogida por los hermanos Grimm, esta visión casi mágica de la realidad en la que los narradores encuentran mil y un motivos para contar historias. Y según este modelo o mejor esta tendencia hacia lo popular maravilloso, en Dinamarca Hans Christian Andersen (1805- ----) revalorizó el folklore danes, narro los relatos populares que escuchó en el corro de las hilanderas y en la recolección de lúpulo. Sobre Andersen y su narrativa la crítica ha afirmado que poetiza los cuentos folklóricos a partir de su rústica sencillez. Sólo por mencionar, Andersen es autor de “El patito feo”, “El abeto“, “La bala y el trompo“, “La flor de la felicidad“, “La princesa y el porquerizo“, entre otros.

En Francia, Charles Perrault también recogió la llamada “literatura de cordel“ que estaba integrada por leyendas profanas y obras piadoras. Leyendas como “Roberto, el diablo”, “Genoveva de Brabante”,.” Ricardo sin miedo”, son la fuente de su narrativa que da forma literaria a relatos tradicionales como “Piel de asno”, “La bella durmiente”, “Las hadas”, “Cenicienta”, “Caperucita Roja”, “Barba roja”, “El gato con botas”, “Pulgarcito”, etc.

En Inglaterra, Daniel Defoe (1718) publica “Robinson Crusoe” y logra simbolizar en el personaje la soleidad de la vida del ser humano en su ingenioso proceso hacia la civilización. Robinson Crusoe es, en realidad, una apología al hombre inventor. Igualmente, Jonathan Swift (1667-1745), hombre excéntrico y de conversación muy ingeniosa publica “Los viajes de Guliver” en cuyo texto, el protagonista que es también un naufrago va a parar a Lliliput, país increíble habitado por hombrecillos enanos. Detrás de esta historia hay todo un simbolismo. La literatura del nonsense, del disparate, del mundo del humor y la fantasía tienen su culminación con “Alicia en el país de las maravillas” de Lewis Carroll seudónimo de Charles Dodgson que recurre a todo tipo de juegos verbales (asociaciones de ideas, visiones convertidas en imágenes, monólogos interiores, etc.) para crear ese mundo fascinante de realidad y fantasía.
Y así, la declaratoria del mundo mágico, popular y festivo
de los Grimm permitió en todo el mundo producir relatos como “Peter Pan” (James Mathew Barrie), como “Pinocho” de Carlos Lorenzini,Collodi y tantos otros autores.

En síntesis, la ficción desarrollada en los cuentos --- y traspolada a los textos escritos ha permitido que la presencia de lo maravilloso sea una constante (“de día metamorfoseábase en gato o en lechuza y de noche recobraba la forma humana”- Yorinda y Yoringel), la recurrencia a los autobiográfico (“Mi vida es un cuento maravilloso” – H. C. Andersen); la supervivencia de la tradición (Cuentos de mi Madre la Oca – Ch. Perrault); la intención moralizante (“Niñas cuando seáis hermosas jóvenes, desconfiad siempre de los lobos. En este mundo hay muchos melifluos y elegantes, cuyo lenguaje es cariñoso y seductor y esos, precisamente, son los de raza más peligrosa” – Ch. Perrault); la anticipación científica (“De la tierra a la la luna”, “Veinte mil leguas de viaje submarino,” etc – J. Verne); presencia de la soledad del ser humano y su progreso hacia la civilización (Robinson, solitario, recorre todas las etapas de la humanidad, logra el fuego, busca comida, se ingenia para pescar y cazar, se construye una cabaña, etc.); presencia del humor y la fantasía (Alicia ve pasar un elegante conejo blanco que mira la hora en el reloj de su chaleco. Alicia lo sigue y se mete en la madriguera que es como un pozo, un profundo pozo – lo que ahora sería el túnel del tiempo – y allí empiezan las más insólitas aventuras); presencia del proceso de metamorfosis.

En nuestra narrativa, son innumerables los testimonios que dan cuenta de este notable arte de tejer ficciones y en los que se cumplen muy bien las funciones que Vladimir Propp ha señalado además como elementos que permiten estructurar la ficción.
Una rápida visión de los relatos que circulan en la zona quechua, aymara y amazónica nos permite hallar ese mundo cosmogónico que da cuenta del ingenio y la inventiva del poblador de esas regiones.
Relatos como “Los Q´anchis y los Q´ollas”, “La leyenda de los gentiles”, “El mito del rey Wachimochic”, “Los orígenes de Pacucha”, “Peñon Inca Chicana”, “Apu Qoramiri”, entre otros nos ayudan a comprender cómo la imaginación permite a los seres humanos construir mundos en los que la simbiosis realidad – fantasía es un suceso natural, un hecho cotidiano.

Más aún en la singular y hermosa narrativa de autores nuestros como: Roberto Rosario Vidal, Rosa Cerna Guardia, Magdalena Espinoza García, Carlota Carvallo de Nuñez; Andrés Mendizábal, Maritza Valle Tejada, Cecilia Granadino, Cronwell Jara, Oscar Colchado, César Vega Herrera, Francisco Izquierdo, Jorge Eslava, Jorge Díaz Herrera, entre otros. La magia de la ficción permite tejer una urdimbre fascinante. Aún más, hoy asistimos a una preponderancia de la literatura fantástica y del cuento maravilloso que se traduce en distintas formas de ambigüedad e interferencia entre los planos de la realidad y la fantasía que se han añadido además al camino de complejidad emprendido por los narradores para niños que retan a los jóvenes lectores con una propuesta de realidades múltiples y paradójicas capaces de generar el vuelo de la imaginación.

Y para concluir, quisiera retomar el pensamiento de Umberto Eco porque lo considero genial:

“Hoy en día, los libro que narran historias representan a nuestros ancianos. Nosotros no nos damos cuenta, pero nuestra riqueza cuando nos comparamos con quien es analfabeto o con quien no lee, consiste en el hecho de que él está viviendo y vive una sola vida, mientras que nosotros vivimos muchas. Al escuchar relatos o al leerlos, recordamos los juegos de nuestra infancia junto con los de Proust; sufrimos por nuestro amor, pero también por el de Piramo y Tishe; hemos asimilado algo de la sabiduría de Solón; temblamos de frío ciertas noches de invierno en Santa Elena y nos repetimos, junto con la historia que nos contaba la abuela, la narrada por Scherezada. Todo esto puede dar la impresión de que, desde el nacimiento, somos ya insoportablemente viejos. Pero un analfabeto que no sabe que pasó en los idus de marzo, es mucho más viejo que nosotros.”

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