lunes, 13 de mayo de 2019

AVENTURA FANTÁSTICA EN EL GRAN PAJONAL: adolescencia y praxis de la ciudadanía


Por: Carhuaricra Anco, Miguel Ángel
 

Roberto Rosario Vidal (Lima, 1948) es un escritor cuya labor docente y pasión literaria le ha permitido dedicar su vida a la exploración de la imaginación infantil y el mundo juvenil a través de sus cuentos y novelas. Producto de su afán por difundir la literatura para niños y adolescentes, publicó las antologías La barquita de papel (1979) y la Antología Nacional de Literatura Infantil (1982). Así mismo, su constante preocupación por la educación lo ha llevado a organizar eventos pedagógico-literarios orientados a la promoción de la lectura y la formación literaria de estudiantes y docentes. Prueba de ello es que, desde hace más de tres décadas, lidera los encuentros nacionales de literatura infantil y, recientemente, dirige el curso de Literatura Infantil y Juvenil y Comprensión Lectora, taller realizado en coordinación con la Facultad de Educación de la Universidad Inca Garcilaso de la Vega (UIGV). Este espíritu pedagógico se traduce en su emocionante y amplia producción literaria, dentro de la cual destacan Raspadilla de limón (2002), El trotamundos en el callejón de Huaylas (2011), La casa de Cleofé (2013) y Aventura fantástica en el Gran Pajonal (2018), libro motivo de la presente reseña.
En Aventura fantástica en el Gran Pajonal, Roberto Rosario narra las peripecias de seis adolescentes en su intento de aleccionar el respeto del hombre hacia la naturaleza. Carlo Iván y sus compañeros parten de Lima hacia el Gran Pajonal en la Selva Central. Durante su recorrido, serán testigos de cómo seres mitológicos y hombres ven amenazadas sus vidas debido a la deshumanizada industria del cacao. La sorpresa del protagonista al observar la situación del lugar describe, en esencia, el exceso al que puede llegar la avaricia y el egoísmo del ser humano. Presenciemos la sentida impresión de Carlo Iván: “Sabíamos dónde comenzaba el desastre, pero no divisamos el final: ¡cientos de hectárea de bosque quemadas! ¡Nada se había salvado de la destrucción! Todavía humeaban las raíces de los troncos que habían sido arrancadas con maquinaria pesada (pp. 51-52). La grave situación del lugar despierta la acción del sexteto y, ayudados por los hombres y seres del lugar, luchan por recuperar el verdor del bosque. Indudablemente, esta novela juvenil nos confirma cómo un problema real puede propiciar una aventura fantasiosa y una reflexión de trascendencia universal.
En las primeras estancias de la novela, el lector se encontrará con diálogos impregnados del realismo necesario para reconocer que la historia contada se desarrollará en un espacio-tiempo tangible. La conversación entre Carlo Iván y Jacinto Fuentes nos traslada del pasado al presente. Escuchemos con atención un instante de dicho coloquio:
– ¿Aquí ocurrió el alzamiento de Juan Santos Atahualpa? –pregunté. Habíamos estudiado muy de pasada el hecho histórico y no me imaginaba que hubiera sucedido en esta zona.
– Claro, aquí, en la selva central. Proclamándose Apu Inca, adujo ser descendiente de Atahualpa y formó un ejército de nativos ashánincas, yaneshas y hasta shipibos, y se rebeló contra los españoles (p.20).
Estructuralmente, el diálogo nos traslada hacia el momento real que ha de propiciar la aventura. Así mismo, cumple dos funciones claves para entender la trama: a. anticipar que el recorrido será dentro de una atmósfera extraña; b. explicar el sentimiento de temor de los personajes. Justamente, la extrañeza y el temor serán rasgos de las experiencias que se presentarán en el camino por la selva, tal como se expresa en la siguiente escena:
– ¡Huej …, huej …! Retumbo el rugido y un olor nauseabundo inundó el ambiente.
– ¡Es el Shintoriniro! –señaló Percy, asustado.
– ¡¿Qué es eso?! –preguntó Fredy (p.34).
En su acampamiento en el bosque, la imaginación también acompaña a los aventureros. Percy Ahuanari, el guía, recurre a la imagen poética para describir a los seres de la selva que les causaba miedo. Imaginemos cómo han de ser dos monstruos de las entrañas selváticas: “[El Shintoriniro] tiene la apariencia de un sajino. Es como un cerdo gigante de pelo rojizo, que lleva un collar blanco en el cuello. Posee largos colmillos y una cavidad en el lomo por donde arroja grasa pestilente” (p.35) y “[El Corinto] es otro monstruo de la selva, dicen que es grande como un caballo, con el cuerpo cubierto de lana, patas de puma y cabeza de sachavaca” (p.45). En tanto estrategia narrativa, la novela logra condensar el realismo de las primeras escenas y las descripciones literarias, recursos relevantes para sostener la tensión realidad-fantasía en los lectores y prepararlos para la concientización. Justamente luego de la descripción se introduce una escena conmovedora que describe la deshumanización en el que ha caído el hombre. Al observar el bosque incendiado, Carlo Iván nos narra que:  
A medio camino, algo se movió entre los troncos humeantes. Nos acercamos con cuidado, pensando que podía ser una fiera.
– Es un monito –dijo Pocho. El animal chamuscado, abrazaba el cadáver de su madre, que al parecer había logrado salvar a su cría a costa de su vida.
La espalda del tierno animal tenía profundas quemaduras. El pobre se lamentaba con la piel expuesta. Nos miraba con tristeza, con temor. Sediento tomó el agua que le ofrecí en mis manos, la misma que vacié de mi cantimplora (p.52).
En su experiencia de lectura, el adolescente lector observará la destrucción de la relación armónica hombre-naturaleza. Esta escena merece una interpretación: incendiar el espacio vital guiado por intereses personales significa, en este caso, la desvaloración de los semejantes y, en efecto, el desprecio por la convivencia. Por su parte, el abrazo del monito al cadáver de su madre es una muestra de la persistencia por la vida. Por ello, la mirada temerosa del pequeño simio resulta comprensible, pues quienes no aprecian la vida deben ser vistos con desconfianza. Probablemente, nuestra “racionalidad” nos haga ver como extraño el comportamiento del tierno mono, pero creo que debemos rescatar lección humanizadora a partir del amor incondicional de los animales. A propósito, Fernando Savater nos recuerda que ser racional no solo significa que respondamos con argumentos lógicos, sino que también respetemos los sentimientos de los demás. Sin dudas, esta escena transmite el propósito estético de la novela: sensibilizar a partir de la reflexión sobre la realidad atroz y la valoración de la vida de nuestros semejantes.
La aventura, desde esos momentos, se ha de convertir en hazaña. Perseguidos por los trabajadores de la industria del cacao liderados por Chauca, Carlo Iván y sus amigos pasarán por las peripecias naturales de toda acción heroica. Cuando son capturados y encerrados en las instalaciones de la empresa, la fantasía se hace presente, pues los seres de la naturaleza actúan en defensa de sus protectores. Por tal motivo, el Tunche, convertido en hombre gigante de agua, ataca la embarcación en la que son conducidos y el Casha Voreri quema los traseros de los hombres que trabajaban en la fábrica. La desesperación de uno de los hombres trasmite el poder de la naturaleza frente a sus agresores: “¡Escapemos, jefe! –le dijeron a Chauca–. Los guardianes de la selva nos atacan. Contra ellos no podemos hacer nada” (p.98). Efectivamente, el castigo que recibió Chauca sintetiza el poder justiciero de la naturaleza:
– ¡Huej, huej, huej! –se oyó-. ¡Huej …, huej …, huej …! –retumbó y apareció la sombra de un sajino gigante que desprendía un olor nauseabundo.
– ¡El Shintoriniro! –exclamó Pocho en el preciso instante en que la bestia mordía a nuestro captor (p. 105).
En el desenlace, la inicial aventura se convierte en una acción transformadora del espíritu ciudadano de los personajes. Si bien la llegada de la prensa y las autoridades simboliza un gran primer paso para detener el daño de los hombres a la naturaleza, los adolescentes aventureros, hasta estos momentos, han cumplido con una acción trascendente de toda praxis ciudadana: entender que el espacio que nos alberga es único y que por ello debemos protegerla, en otras palabras, comprender que los seres humanos y la naturaleza se integran en un espacio común. Así parece aclarárselo Carlo Iván a los hombres que trabajan en la selva y, en efecto, a todos los lectores:
 Esperamos que hayan aprendido la lección. Ustedes pueden trabajar en armonía con la naturaleza, las tierras que han pertenecido por generaciones a su pueblo, a sus comunidades. Pero de ninguna manera deben permitir que gente extraña destruya el bosque, pues es la despensa de oxigeno de la humanidad (110).
Aventuras fantásticas en el Gran Pajonal, por intermedio diálogos realistas, imágenes poéticas y escenas sensibilizadoras, nos comparte la problemática real del mundo selvático y nos sugiere los caminos para corregir los excesos del hombre. Además, nos transmite la preocupación del Roberto Rosario Vidal para que niños y adolescentes, a través de una historia que mezcla realidad y fantasía, reflexionen sobre los efectos nocivos de la destrucción de la naturaleza. Sus personajes, en efecto, se convierten en comunicadores de la barbarie humana en la selva, pero también en los descubridores de la magia selvática. En circunstancias en que muchas realidades son desconocidas para los jóvenes lectores, sobre todo aquella realidad de la industria devoradora de la naturaleza y la cultura, leer esta novela será un fantástico primer paso para conocer y comprender la necesidad del respeto al espacio vital de los demás, pues, en el fondo, siempre es nuestro.  

4 comentarios:

  1. Muy bonita la Obra.Mis alumnos la están leyendo. Pero es muy necesario tener el libro completo.En este tiempo de pandemia no es posible salir a comprar la Obra Literaria

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  2. Me gusto profesor, me va a servir de mucho.

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  3. m¿Me pueden decir por favor la descripcion de los personajes principales.

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